...la luz pequeña e inquieta de los saltimbanquis del alma.
Lucecitas.
Diminutas fluorescencias casi casi pescaderiles -oh sus huesitos, sus güesitos, su saltar espinado y escamado, aleteado y coleteador- y las maquinarias inútiles del movimiento sin destino.
A través de estos seres pequeñitos emerge con sutil intermitencia la urdienda de todo lo creado. Y ese latido es lo que creemos que es el tiempo.
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