domingo, 15 de agosto de 2010

mar luminarias océano faro barco altamar

Navego la noche que nos abandona. Me dirijo hacia el día que despunta, clareando el horizonte como una promesa que no se enuncia pero se siente, franca y noble, en el corazón.
Desde el ensueño nocturno afirmo la sapiencia de la luz: ya he recorrido el camino de la complacencia, el de la normalidad, el del placer vacío entregado a otro para pertenecer al mundo.
Hoy ejerzo una extraña posesión sobre mí misma: no soy dueña de nada, ni siquiera de mi persona, mucho menos de mi destino, pero decido los pasos a sabiendas de que las metas y los objetivos declarados son bombas de humo. Sigo el hilo de Ariadna a través de mis propios laberintos. Me perderé para encontrarme.
Y no volveré a confundir el cuerpo ígneo de mi alma con el hambre helada que habita en los espectros de la noche.

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