Navego la noche que nos abandona. Me dirijo hacia el día que despunta, clareando el horizonte como una promesa que no se enuncia pero se siente, franca y noble, en el corazón.
Desde el ensueño nocturno afirmo la sapiencia de la luz: ya he recorrido el camino de la complacencia, el de la normalidad, el del placer vacío entregado a otro para pertenecer al mundo.
Hoy ejerzo una extraña posesión sobre mí misma: no soy dueña de nada, ni siquiera de mi persona, mucho menos de mi destino, pero decido los pasos a sabiendas de que las metas y los objetivos declarados son bombas de humo. Sigo el hilo de Ariadna a través de mis propios laberintos. Me perderé para encontrarme.
Y no volveré a confundir el cuerpo ígneo de mi alma con el hambre helada que habita en los espectros de la noche.
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