viernes, 13 de enero de 2012

Movida

La noche se mueve.
Los autos se mueven.
Se mueven las luces, los astros, los perros callejeros, las paradas de colectivo, los taxis y los travestis.
Se mueven las aguas de los cordones, las zapatillas rotas de los vendedores en la vía, los canas y la guardia urbana.
Porque es de noche, todos se mueven.
De día, simplecitamente se dejan llevar por los cánones de la luz y los arroyos de la civilidad.
Pero es de noche y urge lo urgente, se vierten las vertientes y todo no deja de pasar.

Pavimentos que brillan como la promesa inaudita que nadie se anima a mirar con la cara en alto.

Balcones lejanos que invitan desde su contraluz caliente, pura e inquieta como una hurí albina.

Bailarinas clásicas de tutú frufrú verdioscuro agitando las copas de los árboles negros de esta noche alucinada.

Voces que susurran murmuran y sesean tartamudeando en tropezón con sus lenguas inmateriales, pequeñas calientapavas del viento.

Las sendas peatonales se encienden como un teclado de gigante para tocar la canción inaudita de Alma Mahler.

Los soldados desconocidos bajan de sus pedestales inanes y besan a muchachas que entre sorprendidas y ardientes solamente fumaban faso a escondidas de sus padres en algún banco de plaza.

La noche se mueve, entonces.

Como una rueda de carro, la noche no se queda quieta.

Y girando, en el centro girando, girando.

Yo.

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