jueves, 18 de agosto de 2011

Borderlina.

1.
Camino la cornisa de la vida
el acantilado del fin del mundo.
La muerte no es tormento
la disolución no es amenaza.
Tienen el rosto apacible de una promesa
blanca
la sonrisa de ojos entrecerrados
de quien acepta por fin lo que no pudo
lo que no supo
lo que en realidad no quiso
y se suma a la iluminada humana condición
de la derrota.
2.

Cuando llego al borde cierro los ojos. Al apretar los párpados algo se escapa y se desliza y se despega. No sé si vuela. No sé.
Allí, de pie en el borde hago nacer la noche al cerrar los ojos. Mi cuerpo descansa cuando el mundo desaparece, lo que me da una idea más o menos clara acerca de cómo hallar algo de calma.
Cuando hago desaparecer al mundo, queda el recuerdo.
Un recuerdo solo.
El recuerdo de la playa salvaje y sin luna donde perdí el sentido de los límites y todo era rugido de mar. Una nada feroz donde nadar sin tiempo. Yo, una oscuridad eterna que me atravesaba. Como los elementos, éramos cuatro: lo noche, lo rugido, lo frío y yo.
Me pregunto cómo se regresa de esos confines.

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