viernes, 1 de octubre de 2010

Guerrero en sombras.

Te conozco.
Naciste en esos años de la niñez en los que empecé a disfrazar mis batallas bajo el candor de los juegos infantiles. Y dejaste esta marca profunda -autoinflingida, cierto- en esos días largos y noches eternas en las que sentía que la vida real pasaba a mi costado y seguía de largo, dejándome atrás.

Hoy te reconozco. Parco, a veces solamente se oye tu respiración mientras escuchás y pensás muy para tus dentros, y ni un solo gesto de tu cara da una pista acerca del color de tus pensamientos. Cualquiera diría que son grises. Pero afirmar eso es lisa y llana ignorancia.

Tus batallas también son calladas. Tus objetivos, cercanos a la tierra, porque recuerdan el dolor de las utopías. Tu punto débil, del que te acorazás religiosamente, es justamente el recuerdo de las utopías. Pero básicamente, el recuerdo de la belleza que prometen, así como del amor, de los cuidados compartidos, y de la dulce alegría de los que tienen la esperanza a la mano.

Morirías por una causa. Pero morirías apretando los dientes tras procesión cansada, empecinado detrás de una misión próxima, tangible, que te dice que estás en casa. Te aterrorizan mis visiones lejanas de las que parloteo incesantemente, no querrías verme marchar en esa senda. No por la distancia, ni por arrastrarte conmigo. Sino por el dolor, el dolor, el dolor de saberlas bellas y perdidas.

Siguiendote el paso aprendí a mirar de cerca. A jugar con tierra entre las manos y no cargar en mis espaldas con el destino de la especie. Aprendí a deslubrarme por un cuerpo cansado y marcado por la vida, que es una fortaleza andante y se sobrepone a todo, solamente para que yo avance.

Esa nobleza de guerrero ariano, que dice 'Éste soy yo, ésta es mi espada, y éstas son mis manos', y no pelea hasta que es la hora. Mientras tanto, hace su tarea cotidiana de sostener la vida y de anudarme al mundo, pero con perfil bajo, diciendo nada, creyendo poco. Resistiendo mucho.

Es así, Guerrero en sombras. Mi dolor más profundo se terminó cuando me di cuenta de que no sos la gran ausencia que me desgarraba el alma noche a noche, ni el reflejo esquivo que he buscado de hombre en hombre.

Ese dolor espectral y esa búsqueda enfermiza terminaron buenamente cuando me reconocí a mí misma en tu mirada ceñuda y en tu fiel silencio.

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